La Hojarasca
Gabriel
García Márquez
(Fragmento)
Los
hombres traen el ataúd y bajan el cadáver. Entonces recuerdo el día de hace
veinticinco años en que llegó a mi casa y me entregó la carta de recomendación.
Fechada en Panamá y dirigida a mí por el intendente General del Litoral
Atlántico a fines de la guerra grande, el coronel Aureliano Buendía. Busco en
la oscuridad de aquel baúl sin fondo sus baratijas dispersas.
Está
sin llave, en el otro rincón, con las mismas cosas que trajo hace veinticinco
años. Yo recuerdo: Tenía dos camisas
ordinarias, una caja de dientes, un retrato y ese viejo formulario empastado.
Y voy recogiendo estas cosas antes de que cierren el ataúd y las echo dentro de
él. El retrato está todavía en el fondo del baúl, casi en el mismo sitio en que
estuvo aquella vez. Es el daguerrotipo de un militar condecorado. Echo el
retrato en la caja. Echo la dentadura postiza y finalmente el formulario.
Cuando
he concluido hago una señal a los hombres para que cierren el ataúd. Pienso: “Ahora está de viaje otra vez. Lo más
natural es que en el último se lleve las cosas que le acompañaron en el
penúltimo. Por lo menos, eso es lo más natural”. Y entonces me parece
verlo, por primera vez, cómodamente muerto.
Examino
la habitación y veo que se ha olvidado un zapato en la cama. Hago una nueva
seña a mis hombres, con el zapato en la mano, y ellos vuelven a levantar la
tapa en el preciso instante en que pita el tren, perdiéndose en la última
vuelta del pueblo. “Son las dos y media”,
pienso. Las dos y media del 12 de septiembre de 1928; casi la misma hora de ese
día de 1903 en que este hombre se sentó por primera vez a nuestra mesa y pidió
hierba para comer. Adelaida le dijo aquella vez: “¿Qué clase de hierba, doctor?” Y él, con su parsimoniosa voz de
rumiante, todavía perturbada por la nasalidad: “Hierba común, señora. De esa que comen los burros”.
Recuperado el 11 marzo
de:
http://www.librosgratisweb.com/html/garcia-marquez-gabriel/la-hojarasca/index.htm
(pp. 8).