En nombre de Boby
Le
dijimos que invitara a sus amigos y trajo al Beto y a Juanita; también vino
Mario Panzani, pero se quedó poco porque el padre estaba enfermo. Mi hermana
los dejo jugar en el patio hasta la noche y Boby estrenó la pelota, aunque las
dos teníamos miedo de que nos rompieran las plantas con el entusiasmo.
Cuando
fue la hora de la naranjada y la torta con velitas, le cantamos a coro el “apio
verde” y nos reímos mucho porque todo el mundo estaba contento, sobre todo Boby
y mi hermana; yo, claro, no dejé de vigilar a Boby y eso que me parecía estar
perdiendo el tiempo, vigilando qué, si no había nada que vigilar; pero lo mismo
vigilando a Boby cuando él estaba distraído, buscándole esa mirada que mi
hermana no parece advertir y que me hace tanto daño.
Ese
día solamente la miró así una vez, justo cuando mi hermana encendía las
velitas, apenas un segundo antes de bajar los ojos y decir como el niño bien
educado que es: “Muy linda la torta, mamá” y Juanita aprobó también y Mario
Panzani. Yo había puesto el cuchillo largo para que Boby cortara la torta y en
ese momento sobre todo lo vigilé, desde la otra punta de la mesa, pero Boby
estaba tan contento con la torta que apenas la miró así a mi hermana y se
concentró en la tarea de cortar las tajadas bien igualitas y repartirlas.
“Vos
la primera mamá”, dijo Boby dándole su tajada, y después a Juanita y a mí,
porque primero las damas. Enseguida se fueron al patio para seguir jugando,
salvo Mario Panzani que tenía al padre enfermo, pero antes Boby le dijo de
nuevo a mi hermana que la torta estaba muy rica, y a mí vino corriendo y me
saltó al pescuezo para darme uno de sus besos húmedos. “Qué lindo el trencito, tía”, y por la noche se me
trepó a las rodillas para confiarme el gran secreto: “Ahora tengo ocho años,
sabes, tía”.
Julio Cortázar,
Cuentos completos 2: En nombre de Boby,
Alfaguara, México, 1977.
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